17
marzo 2024
'Otegi,
la última bala de ETA', el libro que desmenuza el pasado del líder de Bildu y
su papel ante las elecciones vascas
ABC
adelanta la obra que Plaza & Janés pone a la venta el próximo jueves
ABC publica
un adelanto de 'Otegi, la última bala de ETA', un libro que la editorial Plaza
& Janés pone a la venta este próximo jueves, justo un mes antes de las
próximas elecciones vascas. La obra, fruto de un largo trabajo de investigación
desde hace más de una década de los periodistas Mariano Alonso (redactor de la
sección de España de ABC) y Luis Fernando Quintero, retrata la figura del líder
de Bildu desde su paso por ETA, donde participó en varios secuestros, hasta que
en los años noventa llegó a liderar Batasuna.
Estamos
ante un trabajo periodístico definitivo para entender la personalidad de un
dirigente clave en el País Vasco, donde el antiguo brazo político de los
terroristas está electoralmente al alza, sin que se descarte su victoria el 21
de abril. Pero también en toda España, donde trata de sustituir al PNV como el
'conseguidor' de acuerdos en Madrid. Estos son varios fragmentos del libro que
sale a la venta esta semana.
Estamos
ante un trabajo periodístico definitivo para entender la personalidad de un
dirigente clave en el País Vasco, donde el antiguo brazo político de los
terroristas está electoralmente al alza, sin que se descarte su victoria el 21
de abril. Pero también en toda España, donde trata de sustituir al PNV como el
'conseguidor' de acuerdos en Madrid. Estos son varios fragmentos del libro que
sale a la venta esta semana.
Nacido
con ETA
Otegi nació
en Elgóibar en 1958, apenas unos meses antes de que se fundase ETA, a finales
de aquel año, a muy poca distancia de su localidad natal, en el barrio
donostiarra de Gros, donde hoy se sitúa el Kursaal. Su cosmovisión hunde sus
raíces en la mística de Euskal Herria como un lugar montañoso y rural, ajeno
desde tiempo inmemorial a las influencias externas, ya sea la romanización o la
relación con el resto de las provincias de España.
En su
cabeza, el vasco vive en el caserío, subsiste cultivando sus productos y es
impermeable a lo que venga de fuera; aun cuando históricamente haya sido un
pueblo de grandes marinos que han ido muy lejos y que se han mezclado con el
exterior, aspecto que el nacionalismo suele desdeñar. En 2003 Otegi fue uno de
los protagonistas destacados de un documental que ahondaba en esa visión, 'La
pelota vasca. La piel contra la piedra', dirigido por el director vasco Julio Medem.
Ante su
cámara, y sentado en un frontón, explicó cuál era su mundo: «El día que en
Lekeitio o en Zubieta se coma en hamburgueserías y se oiga música rock
americana, y todo el mundo vista ropa americana, y deje de hablar su lengua
para hablar inglés, y todo el mundo, en vez de estar contemplando los montes,
esté funcionando con internet... pues para nosotros ese será un mundo tan
aburrido, tan aburrido, que no merecerá la pena vivir».
El
secuestro de Luis Abaitua
El 19 de
febrero de 1979, la banda terrorista ETA secuestró a Luis Abaitua Palacios. El
diario ABC recogió la noticia al día siguiente, en un breve comunicado dentro
de las páginas destacadas: «El director de la fábrica de Michelin, Luis
Abaitua, de cuarenta y ocho años, casado y con seis hijos, desapareció́ ayer
por la tarde en Vitoria y no se descarta la posibilidad de que haya sido un
secuestro». [...]
Luis se
encontraba en un edificio abandonado, una suerte de cueva donde los líquenes y
la humedad habían vencido a la ferralla y al hormigón. Pese a todo, la firmeza
de las paredes que le rodeaban no dejaba lugar a dudas: no tenía escapatoria
más allá de la voluntad de sus captores. Junto a él, un par de literas con
colchones raídos y viejos. Despejada la incógnita de que se trataba de un secuestro,
solo quedaba resolver la ecuación, justo lo que paralizaba al empresario:
¿saldría de allí vivo o muerto?
Estaban en
la localidad guipuzcoana de Elgóibar, muy cerca del barrio de Arriaga. Allí
había una antigua cárcel abandonada. Y no era casualidad que el sitio escogido
para retener a Luis Federico Abaitua Palacios, director de la fábrica de
Michelin en Vitoria, fuese Elgóibar. Al menos uno de sus captores conocía bien
aquel enclave, no en vano había crecido en sus calles y corrido por sus montes.
Había jugado al fútbol en los campos municipales y en otoño había salido con
sus padres y sus amigos a coger setas por el bosque, muy cerca de donde ahora
retenían al empresario.
El
elgoibatarra que había ayudado a planificar el secuestro y que ahora sería el
encargado de mantener a raya al empresario no era otro que Arnaldo Otegi
Mondragón. Un jovencísimo Arnaldo que aún no había cumplido los veintiún años
cuando se quedó a cargo de Luis Abaitua en aquella antigua «cárcel del pueblo».
Luis
Abaitua no sabía qué hora era, ni cuánto tiempo había transcurrido desde que
dio con sus huesos en aquella litera dominada por el polvo y la humedad. Hacía
frío y se le antojaba noche cerrada, pero no podía pensar con claridad. Sin luz
ni ventilación, pasaba el tiempo recostado a la espera de que alguno de sus
captores decidiera dirigirse a él. En sus pensamientos no le abandonaban ni
Mercedes Odriozola, su esposa, ni sus hijos, de seguro aterrados al ver que su
padre no regresaba ni daba señales de vida.
Mientras
tanto, su familia ya se había puesto en contacto con la Policía y la Guardia Civil. Los
agentes se afanaron en recorrer varias veces el camino que tendría que haber
seguido desde la fábrica hasta casa. Tampoco había rastro de su SEAT blanco.
Aunque no habían recibido comunicación ninguna de ETA, todos pensaban que la
banda terrorista se encontraba detrás de la desaparición de Luis.
Saberse
parte de ETA y de sus grupos armados ya era suficiente para aquellos chavales
hambrientos de sangre. Y en medio de una operación de chantaje como aquella, la
adrenalina suministraba la suficiente dosis diaria como para no considerar
tediosa la espera. Otegi, como carcelero principal, se recreaba ofreciendo a
Luis recortes de prensa en los que no se pudiera averiguar la fecha o el diario
del que procedían. Contenían la información que los medios de comunicación
manejaban sobre su situación, así́ como la evolución del conflicto laboral que
atravesaba la fábrica de Michelin en Vitoria.
—¡Eh, tú!
—le espetó Otegi, siempre oculto bajo el pasamontañas—. Espabila, que vamos a
charlar un rato tú y yo.
Sonaba más
firme que cuando se dirigían a él para darle la comida o las noticias.
Su
carcelero abrió la puerta y, a punta de pistola, le esposó las manos a la
litera de modo que se quedara sentado en la cama de abajo y mirando a la pared.
A continuación, y casi con desgana, Otegi colocó una silla frente a él y se
sentó.
Sin
demasiados titubeos, comenzó́ a preguntarle a Luis Abaitua sobre la situación
de los trabajadores de Michelin, sobre sus condiciones laborales, sueldos,
horas de trabajo... Otegi destacaba entre sus compañeros por su facilidad de
palabra. Y con esa habilidad retórica, que tanto le serviría luego en su
carrera política, le siguió preguntando por los hombres que tenía a su cargo en
la fábrica de Vitoria y quiénes eran los encargados de dirigir a los equipos de
obreros en el día a día. También se interesó́ por las condiciones que tenían y
por la política de la empresa con sus empleados.
Luis
contestó paciente y lúcido un interrogatorio tras otro. Aunque le mantenían en
unas condiciones deplorables, no pasaron de las inquisitoriales rondas de
preguntas y evitaron elevar el maltrato a los golpes o mutilaciones a los que
habían recurrido en otras ocasiones. Lo que sí aplicaron fue la tortura
psicológica habitual de los secuestros de la banda: privar de referencias
horarias a la víctima y de saber si morirá o no en las horas siguientes.
Al tercer
día, Otegi y su compinche volvieron a dirigirse al empresario:
—Luis,
atiende, vas a escribirle una carta a tu mujer en la que digas que para que
vuelvas a casa es necesario que arranquen de una vez las negociaciones con el
comité de trabajadores de Michelin. Deja bien claro que estás de acuerdo y que
no hay más condiciones que esa. En cuanto nosotros la revisemos, se la
enviaremos a Mercedes.
Interrogado
por Grande-Marlaska
Era
miércoles, 25 de mayo de 2005, y Otegi estaba en la capital porque tenía cita
en la Audiencia
Nacional. A primera hora de la tarde hizo su aparición por la
calle Génova (la sede del tribunal se encuentra enfrente de la sede central del
PP), protegido por la policía, con su abogada Jone Goirizelaia y otros
dirigentes de Batasuna. Varias personas le increparon llamándole «asesino».
Dentro le esperaba el magistrado de turno, Fernando Grande-Marlaska, quien más
de una década después se convertiría en ministro del Interior del Gobierno de
Pedro Sánchez, del que Otegi es uno de sus principales socios parlamentarios.
Grande-Marlaska, que sustituía a Baltasar Garzón –de permiso por un viaje a
Estados Unidos–, conocía bien el País Vasco por ser natural de Bilbao y, sobre
todo, por haber ejercido en la Audiencia Provincial de Vizcaya justo cuando ETA
rompió la tregua de 1998. Le interrogó durante toda esa tarde y esa noche, y ya
de madrugada decretó su ingreso en prisión, eludible bajo una fianza de 400.000
euros, por integración en banda terrorista en grado de dirigente.
En su
testimonio, Otegi afirmó no saber nada del aparato económico de ETA, dijo que
respetaba a las víctimas del terrorismo –la asociación mayoritaria de éstas, la AVT, formaba parte de la
acusación– y que Batasuna nunca buscaría la confrontación con ellas. El auto de
Grande-Marlaska estableció como hecho probado el que, «a pesar de que
HB-Batasuna se encuentra suspendida en el marco de este sumario (además de
ilegalizada por el Tribunal Supremo en virtud del art. 61 de la LOPJ), el acusado OTEGUI
MONDRAGÓN ha seguido actuando de forma notoria, pública y reiterada como
portavoz de una organización ilícita e ilegalizada, suspendida por su
subordinación orgánica y factual del entramado de la organización terrorista
ETA». Una reiteración que el juez fijaba como acreditada por «las continuas
ruedas de prensa, convocatorias, manifestaciones en nombre de HB, utilización
de infraestructura contratada fraudulentamente por Sozialista Abertzaleak, pero
que del marco de lo investigado se ha podido acreditar en grado de seria
probabilidad que de los mismos no se desarrollaba actividad parlamentaria
alguna, sino todo lo contrario, es decir, se ha continuado ejerciendo una
acción de proselitismo y apología de la actividad de la organización ilícita
HB».
La defensa
negó las acusaciones aduciendo que «el Ministerio Fiscal no da ningún dato que
diga que Arnaldo OTEGUI, siendo miembro de HB-EH-Batasuna, haya actuado en
algún momento bajo las órdenes de ETA, instrumentalizado por ETA, o a sus
servicios». Y añadía el alto grado de interlocución que ya para entonces tenía
su defendido con las más altas instancias del Estado: «Resulta curioso que se
diga que el Sr. Otegui ha actuado en nombre de una organización suspendida e
ilegalizada, cuando el lehendakari en funciones le ha llamado a consultas,
exactamente igual que a cualquier otro político del País Vasco, y cuando el
presidente del Estado español se dirige públicamente al Sr. Otegui como
interlocutor en actos públicos, como los realizados en el Kursaal en San
Sebastián o como los mítines de la última campaña electoral». Nada más conocer
la decisión del juez, y sobre todo la petición del fiscal Jesús Alonso, Otegi
proclamó una frase que haría fortuna: «¿Esto lo sabe Cándido Conde-Pumpido?».
En la
dirección del Estado
Quiso la
causalidad que su puesta en libertad coincidiera con el primer debate de
investidura de Pedro Sánchez, en aquella ocasión fallido, pues los 130 escaños
que sumaron entonces el PSOE y Ciudadanos fueron insuficientes para desalojar a
Mariano Rajoy de la Moncloa,
lo que lograría dos años después, en 2018, mediante una moción de censura. A
aquella investidura se opuso el PP, pero también Podemos, entonces en su mejor
momento electoral, siendo la tercera fuerza parlamentaria con 71 escaños y habiendo
ganado las elecciones en el País Vasco. Un dato, este último, no menor para
Otegi, que olía el peligro de ver fagocitada buena parte de su base electoral
por el que era, con permiso de Ciudadanos, el partido de moda en España.
En aquellos
días, Pablo Iglesias recibió con parabienes la salida de Otegi. «La libertad de
Otegi es una buena noticia para los demócratas. Nadie debería ir a la cárcel
por sus ideas», señaló el secretario general de Podemos, en ese momento
duramente enfrentado a Sánchez, como quedó de manifiesto en un agrio cara a
cara entre ambos durante la citada investidura. Un cara a cara en el que
Iglesias acusó al PSOE de tener las manos «manchadas de cal viva».
Apenas unas
semanas después, y en un clima de falta de entendimiento en la izquierda
española que, entre otros factores, provocó la repetición por primera vez de
las elecciones generales, Sánchez arremetió contra la «pseudoizquierda» de
Podemos, que «ensalza a Otegi» mientras «deja a la derecha gobernando este
país». [...] Pero incluso antes, en la mencionada sesión de investidura, el
secretario general del PSOE comenzó su réplica a Iglesias reprochándole lo que
dijo sobre Otegi tras su salida de la cárcel. «El próximo lunes día 8 se
cumplen ocho años del asesinato de Isaías Carrasco, un trabajador de un peaje
que fue asesinado por ETA, por aquellos a los cuales usted dijo ayer que eran
presos políticos».