lunes, 28 de noviembre de 2011

11 marzo 2011 El Periódico de Catalunya


11 març 2011



Una nova demostració de l’apressi, l’estimació i la implicació personal que en Robert Manrique a tingut sempre amb las víctimes del terrorisme i, sobre tot, per aquelles que han mostrat una lleialtat i una dignitat per sobre de ideologies personals la trobem en l’article publicat a “El Periódico” del divendres 11 de març, al complir-se el setè aniversari dels atemptats a Madrid.

11-M, siete años, nuevas víctimas
Al dolor por los atentados, los afectados han sumado la presión de los defensores de la teoría conspirativa

Se cumplen hoy siete años de los atentados de Madrid y nadie ha conseguido olvidar a los 191 asesinados y más de 2.000 heridos. Aquel maldito jueves, muchas vidas fueron truncadas por el fanatismo y el odio. Entre todas, una de aquellas vidas robadas fue la de Sergio Sánchez López, de 17 años, hijo de Manuel y de María y hermano de Silvia. Conocí a María pocos días después, cuando, como presidente de la ACVOT y responsable del área socio-asistencial, empecé a recibir llamadas de víctimas de los cuatro atentados simultáneos. Llamadas desde Madrid, Alcalá de Henares, Fuenlabrada, Guadalajara, León, Palencia... Víctimas y familiares de víctimas de las que teníamos constancia al acudir al pabellón de Ifema de Madrid el viernes 12 con el equipo de psicólogas de que disponíamos para ayudar con nuestra experiencia. Reclamaban nuestra atención y durante muchos lunes el traslado a Madrid fue constante. Como decía María, no eran «los lunes al sol», sino «los lunes en autocar».



En esas visitas se fue gestando una amistad que llevó a la creación de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo, de cuya junta directiva María López ha sido miembro durante años. María, al igual que Pilar, Isabel, Jesús, David..., inició su labor social y asociativa pocos días después de sufrir el asesinato de sus seres queridos, porque solo quien sufre las graves consecuencias de un atentado puede ponerse en la piel ajena. En nuestras largas reuniones discutíamos los expedientes, las secuelas psicológicas, las trabas jurídicas y también cómo sortear las presiones que desde determinados medios de comunicación se recibían constantemente. Incluso en los numerosos actos de homenaje en los que coincidíamos buscábamos un lugar en el que revisar las últimas novedades. Llegó el 15 de febrero del 2007 y empezó el juicio en la Casa de Campo.

En aquellas tensas jornadas buscábamos entre los asistentes a los correveidiles y portavoces de las teorías conspirativas que habían nacido y florecido el mismo 11 de marzo del 2004. No había ninguno, nadie. De aquellos que a partir de entonces tanto hablaron y hablan sobre lo ocurrido el 11 de marzo y que tanto predican sus propias y vendibles versiones de lo ocurrido no había ni rastro. Los que entonces no estaban son los que después han llenado tertulias, portadas y entrevistas hablando de un juicio al que ni siquiera tuvieron la valentía de asistir. No vieron en ningún momento las caras desencajadas de aquellas víctimas que asistían, todos los días, a un juicio que les traía terribles recuerdos, víctimas que estaban allí presentes con el único deseo de presenciar cómo la justicia aplicaba la ley a los autores. Al mismo tiempo, el día a día de centenares de víctimas era el mismo: visitas a la oficina, reuniones con los abogados, pruebas periciales psiquiátricas y psicológicas... En resumen, sobrevivir para sobrellevar el dolor. Pero al sufrimiento causado por los terroristas se iba sumando el causado desde otros ámbitos: un diario que anunciaba en portada la más que probable exhumación de los cadáveres, entrevistas con los acusados de la masacre o la existencia de personajes que manipulaban el dolor ajeno y desconocido. Víctimas de aquellos atentados a las que les habían asesinado un hijo tenían que ver cómo se les negaba el reconocimiento de sus secuelas psicológicas. Mientras tanto, víctimas de atentados muy anteriores en el tiempo aparecían 15 años después o aprovechaban la coyuntura para presentar lesiones aparecidas 20 años más tarde. Pero María nunca buscó beneficios personales. Nunca descolgó el teléfono para molestar a ninguna Administración exigiendo un trabajo o una vivienda para su hija. Nunca le escuché insultar a político alguno, y menos llamarles «puta barata» o «bajuno batasuno». Otros no podrán decir nunca lo mismo aunque se llenen la boca hablando de un dolor que no conocen. Toda esa presión, unida a cierta crispación mediática, iba haciendo mella en muchas víctimas y María no era una excepción. Siempre me recordaba, mezclando educación e indignación, el día en que tuvo que escuchar por boca de ciertos demócratas amigos de las víctimas aquello de «meteros a vuestros muertos por el culo». Desde entonces no han cesado los ataques, incluso a nivel personal, contra muchas de las víctimas del 11-M. La noche del pasado viernes 18 de febrero su enorme corazón no pudo resistir más. Un año antes murió Álvaro, a quien el asesinato de sus niñas y su esposa en Hipercor le marcó de por vida. Ahora ha sido María, una luchadora nata, una madre que siempre defendió la memoria de su hijo, la misma memoria que otros reclaman mientras exigen justicia, pero siguen dudando de las sentencias que no cumplen sus expectativas políticas y personales. El funeral de María López fue una nueva muestra de dignidad y el domingo 20 de febrero las rosas blancas inundaban el monumento en Fuenlabrada. A Manolo y a Silvia, un abrazo.






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