miércoles, 20 de junio de 2012

16 junio 2012 (2) El Periódico de Catalunya

16 junio 2012



Manrique ve en el etarra de Hipercor “dolor” y “arrepentimiento” sincero





Manrique ve en el etarra de Hipercor «dolor» y «arrepentimiento sincero»
El que fuera uno de los líderes de ETA le asegura que la banda no volverá a atentar y le agradece la visita
La víctima puntúa «con un 10» su entrevista en la cárcel con el jefe del comando que causó la masacre

A las ocho de la tarde, Roberto Manrique todavía no había sido capaz de telefonear a Esperanza, su mujer, la madre de los dos hijos con los que ha compartido los 25 años de dolor, sufrimiento e impotencia que causó la matanza de ETA en el Hipercor de Barcelona. Manrique fue uno de los supervivientes de aquella salvajada, y ayer aceptó la invitación del que fuera jefe del comando que puso la bomba, Rafael Caride Simón, de encontrarse cara a cara en una habitación de la cárcel de Zaballa. «Del uno al diez, mi valoración es un diez», aseguró la víctima. Y el preso le agradeció la visita.
Manrique no salió como entró. Entró altivo y salió «tocado», pero los que le conocen bien podrían traducir su estado en «emocionado». A diferencia de lo que ha trascendido de los 11 encuentros anteriores, en esta ocasión Manrique no compartió con el preso su dolor, ni su pena, ni el calvario que supuso para él y su familia el atentado. Prefirió, como contó después a EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, «hablar en nombre de todas las víctimas».
UN HOMBRE ROTO / Tampoco se trató, ni lo pretendía Caride Simón, de convencer a la víctima, pero Manrique sí que reconoció que tuvo delante a un hombre «roto por el dolor, por un arrepentimiento sincero y por todo el daño que había causado inútilmente». Manrique llegó a reconocer que había descubierto que, tras la coraza de un terrorista autor de tantas muertes, «había un hombre». Es más, un hombre que en un momento del encuentro le contó que tenía dos hijos de un primer matrimonio, que hacía mucho tiempo que no veía, y que de una segunda relación había tenido otros dos, con los que sí tenía contacto.
A pesar de que Manrique había rechazado la presencia de un mediador, finalmente, el propio director de la cárcel, Juan Antonio Pérez Zárate, de baja médica tras una reciente operación, acudió para estar presente en el encuentro. Recibió a la víctima a las puertas de Zaballa, le invitó a un café en su despacho y le hizo pasar a la sala en la que le esperaba Caride Simón. Una mesa y varias sillas que solo ocuparon los tres. Se situaron frente a frente. A unos dos metros el uno del otro. Manrique, con tejanos y camisa negra, y Caride Simón, deportivo, con chaqueta roja y unas zapatillas blancas. Le sorprendió su aspecto. Lo vio por última vez en la Audiencia Nacional en el 2003. «Le recordaba diferente, más alto y gordo. Ha cambiado».
SIN PRESENTACIONES / No hizo falta que los presentaran. Lo sabían todo el uno del otro. El preso le confesó su convencimiento de que el final de ETA «es irreversible» y le trasladó la necesidad de que «otros muchos reclusos de la banda, que lo están deseando, se quiten el miedo y rompan, porque lo están deseando». Y Manrique compartió el convencimiento de que encuentros como este ayudan a esa fractura interna en el colectivo de presos etarras.
En varias ocasiones, tantas que Manrique no pudo contarlas, Caride le transmitió su pesar, su lamento, su arrepentimiento sincero. «Y todo eso me lo dijo mirándome fijamente a los ojos, no altivo, sino sincero». El preso reconoció a Manrique que, al no ser creyente, para él la petición de perdón carecía de valor, pero reiteró su convicción por el grave error de todo lo sucedido, del que se declaró absolutamente responsable, a pesar de insistir en que la intención del comando era que se desalojara Hipercor. «Me ha contado cosas que yo no sabía del atentado».

SIN DAR LA MANO / Y, tal y como había advertido, Manrique se fue sin darle la mano. El encuentro había finalizado, la víctima se levantó y le dio la espalda para dirigirse hasta la puerta. Caride Simón le dijo: «Bueno, adiós». Y, según contó Manrique, el preso se acercó con la intención de estrecharle la mano. Manrique ya estaba de pie, y sin llegar a tocarle, puso su mano entre los dos. «Le dije que no podía. Que, por respeto a las personas que había matado, prefería no tocarle. Y me gustó, porque me dijo que lo entendía perfectamente».
Manrique espera volver a verle algún día. Se comprometió a acompañar a la cárcel a otras víctimas si se lo piden, y explicó que Caride Simón le aseguró que, si un día consigue un permiso penitenciario, lo primero que hará será viajar a Barcelona a encontrarse con las víctimas de Hipercor que quieran tenerlo delante para que él pueda volver a dar la cara, y disculparse por tanto dolor y destrucción inútiles.


Mayka Navarro i Robert Manrique als estudis de TeleCinco a Madrid


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