martes, 15 de abril de 2014

14 abril 2014 El Mundo (opinion)

14 abril 2014

EL NUEVO ESCENARIO VASCO Las víctimas

'Le habría enseñado fotos de mi esposo preguntándole por qué'

El etarra Karmona mató a sus maridos. La cita que tenían con él se abortó. Esta es la historia de un encuentro que no pudo ser

Una le habría abordado como quien dice de espaldas y la otra lo habría hecho de frente. Una habría empezado con un silencio y la otra lo habría hecho recordándole el ruido.

Cuando tienes la posibilidad de entrevistarte con el asesino de tu marido, el dolor es como un inabarcable poliedro. Esta crónica tendría que haber sido de lo que se dijeron. Pero va a ser de lo que no.
El Ministerio del Interior popular liquidó los encuentros restaurativos entre terroristas presos y víctimas -nacidos al calor de la vía Nanclares durante la legislatura socialista y promovidos por el Gobierno vasco- y con el paso cambiado se quedaron dos víctimas. Dos víctimas con su intimísima hoja de ruta y cuyas ganas de tener delante al terrorista que las dejó viudas valen lo mismo que las que no querrían tenerlo delante jamás.
«Y entonces, cuando ya estaba todo listo, llega el Gobierno, interrumpe las conversaciones y empieza a poner condiciones para los encuentros: que tenían que ser en prisión y no durante un permiso; que tenía que haber una persona de ellos presente; y un montón de cosas más. No nos permitieron gestionar nuestro dolor». Quien habla primero es Rosa Rodero, 58 años, cuyo marido -Joseba Goikoetxea, jefe de la unidad de investigación de la Ertzaintza- fue asesinado en 1993 de dos tiros en la cabeza cuando iba con su hijo en el coche.
«Le habría puesto delante un montón de fotos de mi esposo y le habría preguntado que por qué, habría tratado de sacarle la promesa de que demostrase su arrepentimiento en cada acto al que pudiera asistir». Quien habla en segundo lugar es Leonor Regaño, cuyo esposo -Manuel Jódar, un tedax de la Policía Nacional- voló por los aires en 1989 al tratar de desactivar una bomba que ETA había colocado en el barrio bilbaíno de Zorroza.
Rosa y Leonor apenas se conocían. Lo suyo es que jamás hubieran tenido que hacerlo. Hoy lo harán. Profunda, someramente.
El nexo que une a las dos es Joseba Koldo Martín Karmona, etarra expulsado de la banda en enero de 2011 tras desvincularse de la actividad terrorista. Él era el jefe del comando Vizcaya que hizo enviudar a las dos. Con él iban a entrevistarse por separado. Con él ya no se entrevistarán. Y con todas las preguntas que iban a ser y no serán buscamos lo más parecido a una respuesta.
«Mi marido salió en el coche y se llevó al hijo de 16 años a la parada del autobus», recuerda Rosa. «Salí más tarde. De camino, vi jaleo en una esquina, me dijeron que era un robo y me quedé tranquila... Pero me acerqué más. Y entonces lo vi: estaba su coche pero no quería creerlo. Le pedí a una señora mejor situada que me dijera la matrícula. Era la de su auto. Había masa encefálica en el suelo. No estaba mi hijo. Me contaron que había salido corriendo tras el que disparó. Y que alguien, afortunadamente, salió de un portal y lo agarró a tiempo».
¿Le miraste a los ojos? ¿Qué hiciste después del atentado? ¿De qué te valió?
A Karmona le habría contado que por su culpa perdió 25 kilos en tres años, que le quitaron las tres cuartas partes del estómago, que enfermó de tiroides y que cayó en una depresión por la que hoy sigue medicada.
Al marido le sigue preguntando cosas. En una foto que tiene Rosa en el salón. Como si fuera un oráculo.
-¿Hablas con él, dices?
-Sí. Hablo con una foto. Le cuento lo que hago. Le pido consejo. Y dependiendo de si me sonríe o se pone serio hago una cosa u otra.
El suyo y el de Leonor fueron los dos únicos encuentros interruptus, dos acercamientos víctima-terrorista que estaban preparados y que al final no tuvieron lugar.
El motivo nos lo da Esther Pascual, abogada coordinadora de las 14 citas que sí se produjeron entre enero de 2011 y enero de 2012 y coautora del libro Los ojos del otro, encuentros restaurativos entre víctimas y ex miembros de ETA, un recorrido por esas historias extraordinarias. «El Gobierno decidió acabar con los encuentros por razones ideológicas, por presión de sectores de asociaciones de víctimas contrarias a este tipo de iniciativas y por miedo al mensaje que trasmite que haya presos que pidan perdón y víctimas que perdonen. Han optado por permitir encuentros que no tienen un fin restaurativo, que no se preparan, en los que no interviene un mediador profesional, que no se llevan con discreción y que se autorizan solo a víctimas ideológicamente cercanas. Causando importante perjuicio a estas víctimas».
Lo primero que quiso saber Leonor Regaño cuando le plantearon la posibilidad de ver al asesino de su marido fue si su interlocutor tendría beneficios penitenciarios. Como le dijeron que no, ella contestó que sí. Para saber más de lo ocurrido aquel día.
El día. Estamos en un 24 de mayo de 1989. Acaba de haber una explosión. Una mujer -ella- insiste al teléfono con entereza.
-No me venga con la historia de que no me preocupe. Se lo voy a poner fácil. Diga sí o no. ¿Mi marido está vivo?
-...no... -el policía de Basauri, al otro lado de la línea, después de un rato en silencio.
-Gracias. Eso es lo que quería saber.
«El bidón forrado de cemento llevaba de todo [20 kilos de amonal, 40 de metralla y un multiplicador de pentrita colocado en el maletero de un taxi robado]. Mi marido fue el primero en recibir el impacto. Murieron tres. Al cabo de los días seguían encontrando restos humanos por los tejados. El cacho más grande era así». Leonor separa las manos: no hay más de dos palmos de distancia entre una y otra.
A los niños les dijo que no les tenían que ver llorar y nada más terminar de decírserlo se pusieron a hacerlo. Nadie sabía -ni los hijos- que su marido era policía nacional. Recuerda el llanto de su amiga de HB cuando supo del crimen. Lo que decía: «Manolo no, Manolo no».
¿Por qué lo mataste? ¿Te arrepientes? ¿Qué te dicen estas fotos?
Los dos teléfonos -el de Rosa, el de Leonor- debieron de sonar más o menos igual. Txema Urkijo, el asesor de víctimas del Gobierno vasco destituido hace unas semanas, les debió de decir más o menos lo mismo. Queda una digestión distinta de todo lo que no será.
Leonor: «No creo que ya pueda ver al terrorista que mató a mi marido. Es más: no sé si quiero. Ahora, 25 años después de su muerte, he caído con una depresión, ya ves».
Rosa: «Creo que tengo que hacerlo. Estoy segura de que en algún momento me encontraré con él. Euskadi es un pueblo».

Opinión:

Tengo el inmenso honor de conocer muy bien a Leonor y a Rosa. Con Leonor tuve el privilegio de ser delegado de la antigua AVT (ella en Vizcaya/País vasco y yo en Cataluña) cuando ser víctima del terrorismo y además ser delegado de la antigua AVT era cualquier cosa menos algo divertido o reconocido.

Han sido cientos de horas las que hemos compartido y trabajado juntos y por ello se perfectamente que para Leonor, Eugenia y Gerardo la vida no ha sido fácil. Pero siempre han sido un ejemplo de constancia y de coherencia, sobre todo al compartir el propósito que otras víctimas también compartimos: que nadie mas pase por el mismo sufrimiento.

Y de Rosa, tres cuartos de lo mismo. De las muchas actividades sociales que hemos compartido, hablaré de la última: se nos ocurrió opinar sobre los derechos de las víctimas de la dictadura y nos hemos llevado palos por parte de gente que no entiende nada sobre terrorismo ni sobre víctimas ni sobre dignidad ni sobre sufrimiento. Eso nos ha hecho ser, aún mas, amigos y compañeros en esta complicada situación de tener que demostrar que “·LAS” víctimas no son solo las que se manifiestan teledirigidas en Madrid o las que buscan el puestecillo político en Estrasburgo o en el Senado de España. Hay otra labor que debe llevarse a cabo y esta es la principal: conseguir, con nuestro humilde granito de arena, que el final del terrorismo sea una realidad.

 

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