miércoles, 18 de noviembre de 2015

18 noviembre 2015 (15) El País

18 noviembre 2015 



Guerra, guerra, ¿solo guerra?

Se debe trazar sobre todo una estrategia a largo plazo que empiece por evitar los viejos errores





Las terribles matanzas de París han ocupado toda la actualidad de estos últimos días. No es para menos. También nuestros corazones han quedado encogidos de tristeza. El terrorismo es quizás la forma más ignominiosa de asesinar, es indiscriminado, y el de origen yihadista suele ser masivo: Nueva York, Londres, Madrid, París, ciudades simbólicas de la cultura laica occidental. Y tantas otras, algunas de cultura musulmana.
No debe haber comprensión alguna para los criminales. Solo palabras y acciones de consuelo merecen las víctimas.
Pero me inquietan ciertas reacciones, algo simplistas. Comprendo a las autoridades francesas, admirables por su rápida llamada a la unidad de los demócratas, esgrimiendo únicamente el Estado de derecho como el único gran valor desde el que podemos defendernos, poniendo apresuradamente en marcha todos los mecanismos para coordinar las policías y los servicios de inteligencia de todo el mundo. Ello está muy bien, es imprescindible.
Pero ¿se acaba ahí? A esto me refiero cuando digo que me inquietan algunas reacciones simplistas. Tras el atentado, el presidente François Hollande dio la orden de bombardear la capital oficiosa del llamado Estado Islámico. Cierto, no hay que tener miedo al miedo, hay que plantarle cara. En caso contrario los terroristas han vencido. Pero asimismo ha dicho Hollande que el objetivo de Francia no es atacar al Estado Islámico sino destruirlo. Ello es algo imposible: ocupa un inmenso territorio que no puede, ni debe, ser destruido. En todo caso hay que acabar con sus dirigentes, sus fanáticos cabecillas.
Guerra, guerra y guerra. Por todas partes escucho esta maldita palabra entre himnos, banderas, ceremonias y símbolos. ¿Acertamos al reducirlo todo a eso, a una simple respuesta táctica con fanfarria incluida? Probablemente no. Hay que responder, sin duda, como ya se ha hecho, pero sobre todo debe trazarse una estrategia a largo plazo que empiece por evitar los viejos errores.
Porque en política internacional, los errores de Occidente respecto al mundo musulmán han sido excesivos, empezando por haber contribuido a derrocar a gobernantes laicos: Afganistán a fines de los setenta, el Irak de Sadam Hussein desde 1991, en los últimos años la Siria de los Assad. Todos dictadores, de acuerdo, pero ¿acaso son demócratas los demás? Por ejemplo, en Afganistán se ha refugiado Al Qaeda; en territorios sirios e iraquíes se ha asentado el Estado Islámico.
¿Son democráticas las monarquías del Golfo, con Arabia Saudí a la cabeza, y quizás no se derroca a sus dirigentes para asegurar unas imprescindibles fuentes de petróleo? Si así fuera, las lágrimas derramadas estos días por los líderes occidentales serían simples muestras de hipocresía.
Como sostenía ayer en este periódico el escritor sirio Adonis, hay que ir a las raíces del problema, separar la religión del Estado, porque con la intervención militar no basta. 








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