miércoles, 30 de marzo de 2016

24 marzo 2016 Cinco Días

24 marzo 2016 



Terrorismo y economía

El terrorismo ha vuelto a actuar en el corazón de Europa. El mayor drama son las víctimas inocentes y sus familiares. Pero el terrorismo también tiene impacto sobre la economía. El desarrollo económico es un proceso de acumulación de capital tanto físico como humano y tecnológico. Y es condición necesaria que haya entornos favorables para la inversión.
El terrorismo genera incertidumbre y por lo tanto tiene impacto negativo sobre el crecimiento económico y el empleo. Los destrozos que han provocado los atentados en el aeropuerto y en el metro de Bruselas son costes directos. No obstante, por problemas de medición de la contabilidad nacional, tendrán un efecto expansivo sobre el PIB y el empleo. Como en las guerras y en los desastres naturales, la contabilidad nacional no mide los destrozos pero sí tiene en cuenta la inversión de su reparación.
Cada día que se mantenga el estado de sitio el consumo se resiente, especialmente de ocio y de servicios. Bruselas es una ciudad turística y esta Semana Santa muchos viajeros elegirán otro destino. Esto tendrá impacto negativo sobre todo el sector servicios. Pero el miedo es parte consustancial de la naturaleza humana y el cerebro se acaba acostumbrando y gestionando sus emociones. El cerebro se rige por los hechos más recientes y va despreciando los malos recuerdos o matizándolos. En España hemos padecido durante décadas el terrorismo etarra y los españoles lamentablemente nos acabamos acostumbrando a los atentados.
En los años setenta y ochenta tenían más coste económico, pero con el tiempo el impacto se fue minimizando. Es muy fácil cometer un atentado, pero al final la policía siempre acaba deteniendo a los malos. El mayor impacto económico de ETA fue la extorsión a empresarios que provocó que muchos de ellos cerrarán sus empresas en Euskadi y las abrieran en otra comunidad autónoma.
En España, lamentablemente, padecimos un atentado similar al de Bruselas el 11 de marzo de 2004 y ese trimestre la economía registró un fuerte crecimiento del PIB y del empleo. Sin embargo, los atentados del 11S en Nueva York tuvieron un fuerte impacto sobre la actividad y forzaron a la Reserva Federal a bajar los tipos de interés a mínimos históricos y al Gobierno de Bush a aplicar una intensa bajada de impuestos para salir de la recesión. La economía reaccionó rápidamente pero los tipos tan bajos fueron el inicio de la burbuja inmobiliaria que acabó provocando la Gran Recesión en 2008.
En Bruselas la amenaza terrorista continúa y la probabilidad de otro atentado es elevada. Los belgas no estaban acostumbrados al terrorismo, como los neoyorquinos, y la incertidumbre continuará durante un tiempo, amplificando el coste económico.
Bélgica creció 0,3% trimestral el pasado trimestre. Es una economía muy abierta con fuerte peso de las exportaciones en el PIB, lo cual reducirá el impacto del atentado. El BCE ya tiene una política ultraexpansiva que minimizará el impacto. El Gobierno tiene equilibrio presupuestario y la deuda pública neta próxima al 60% del PIB, objetivo de estabilidad. Por lo tanto, disponen de mucho margen fiscal para evitar una recesión.
El mayor coste es que los belgas se asustaran y surgieran movimientos xenófobos que acaben generando inestabilidad social y política, como estamos viendo en otros países europeos. Los terroristas buscan atemorizarnos y dividirnos y si surge el nacionalismo habrán vencido.
El presidente Zapatero y el presidente turco Erdogan pusieron en marcha la Alianza de las Civilizaciones que es más necesaria que nunca. El presidente Rajoy ha mantenido viva la agenda de la Alianza en Naciones Unidas y el próximo Gobierno español debería liderar la agenda en Bruselas que incluya un plan Marshall para los países amenazados por el Estado Islámico.
También es necesario aprobar un plan Marshall en Europa. Bélgica tiene margen fiscal pero los países de la periferia, no. El nacionalismo es la principal amenaza de la convivencia en la historia europea. Pero la crisis y el elevado desempleo, especialmente juvenil, lo ha intensificado. Bajar la tasa de paro es el mejor antibiótico contra esa infección que degrada nuestra democracia y que de no atajarse tendría graves consecuencias económicas para varias generaciones de europeos.

José Carlos Díez es Profesor de economía de la Universidad de Alcalá

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