martes, 16 de agosto de 2016

02 agosto 2016 La Vanguardia

02 agosto 2016



William Egginton, catedrático de la Universidad Johns Hopkins; ensayista cervantino

Tengo 46 años: empiezo a no contarlos. Soy neoyorquino. La verdad es lo que se percibe al contrastar mentiras y desaparece cuando te crees sólo una. El que lee vive más vidas; el que se encierra digitalmente en su dogma vive menos. Y puede llegar a matar. He disertado en el Palau Macaya de La Caixa

No son terroristas por el islam sino por su aislamiento digital

Es curioso cómo me encuentro con Donald Trump en el siglo de oro español...

Pues tiene usted capacidad de asociación.
El mensaje de Trump es el del burlador de Sevilla soltando las verdades en la taberna, que hoy es el circo mediático en el que ocupa todas las pantallas para proclamar: “El sistema, amigo mío, está podrido: tú lo pagas y otros lo disfrutan”.

No es muy original.
Él es el donjuán que repite: “Yo soy billonario y tengo todas las mujeres que quiero. Y, sobre todo, puedo permitirme decir la verdad sin tanta PCB (politically correct ­bullshit: gilipollez políticamente correcta). Yo digo lo que pienso, que curiosamente es lo que tú quieres escuchar”.

Siempre a punto de soltar trumperías.
Un suspense que le garantiza audiencias y espacio mediático, la primera forma de poder hoy es ser millonario en la economía de la atención. No hay asalto al poder sin conquista previa de la atención hegemónica.

Trump es el candidato dado por muerto más veces en la historia electoral.
Pero nadie le tumba, porque su público no es el que puede desmontar su análisis, sino los perdedores –cada vez son más– blancos, americanos y varones, y las mujeres que han asumido esos valores.

La América americana.
Trump le dice a la América de Sarah Palin: “Puedes ser como yo y ganar dinero y gozarlo si cerramos las jodidas fronteras a la horda mexicana, porque yo puedo decir lo que tú sientes, pero no te atreves a decir, de los negros y los mexicanos”.

Pues a mí me parece un manual para no ser elegido, francamente.
Espero que no estemos tan mal como para elegirlo, pero algo mal estamos ya cuando ha llegado hasta aquí sin que hayamos sabido desentrañar, entre todos, sus patrañas.

¿Cómo?
Pues esforzándonos en que la mayor cantidad de ciudadanos tenga acceso a ideas, palabras, obras, literatura, ensayo, que les den herramientas para que tipos como Trump no se aprovechen de ellos conquistando simplemente las pantallas.

¿Se cree usted capaz de convencer a la gente de que apague la tele y lea?
No se trata de que demos nosotros nuestras respuestas, sino de que ayudemos a que ­todos nos hagamos las preguntas que desmontan a Trump.

Por ejemplo.
La sociedad mediática te dice quién eres; qué quieres; adónde ir; qué desear...Y los buenos libros, la filosofía y las humanidades, en cambio, te ayudan a hacerte nuevas preguntas que desmontan esas respuestas.

¿Y la televisión no transmite también cultura y saber?
En cualquier caso, necesitamos nuevas herramientas y compartirlas con todos para criticar los medios clásicos y los digitales.

¿Por qué es tan urgente ahora?
Por ejemplo, para desentrañar las claves del adoctrinamiento digital en el origen del terrorismo de los jóvenes que se inmolan matando por una causa que sólo les ha llegado digitalmente.

¿No estaban ya algo perturbados?
Son antes perturbados que musulmanes. Creo que lo que distingue a los autores de las últimas masacres no es su origen musulmán o árabe, sino su inmensa soledad.

No parecen haber sido triunfadores.
La mayoría de esos atentados son obras de tipos solitarios que han sido incapaces de entender la manipulación que sufrían. La digitalización les permite encerrarse en su mundo hasta dejar de ver a los demás como personas y poder asesinarlos sin pestañear.

Antes de la digitalización y las redes sociales ya había terrorismo.
Pero se requería de contacto físico con la red del terror: hoy es más fácil aislarse digitalmente y renunciar a escuchar nada que no sea el dogma en el que te encierras. Así, para ti deja de ser pecado asesinar a quien no lo comparte tras dejarlo de ver como persona.

¿De qué sirve leer novelas?
La ficción nos da esa distancia necesaria de la realidad para poder juzgarnos a nosotros mismos con sentido crítico y vernos desde diferentes puntos de vista y poder cambiar nuestro modo de pensar y actuar.

Sólo es ficción.
Pero lo que te hace sentir es verdadero y, a partir de esos sentimientos, puedes transformar tu modo de ver la realidad. Y además te permite entender mejor a los demás: ponerte en su lugar, ser más empático y conectar mejor con ellos y con la infinita diversidad de lo humano. El que lee vive más vidas.

Usted ha sido valiente al lanzarse a escribir una biografía de Cervantes.
No es una biografía, porque ya están escritas y mucho mejores que la que yo escribiría. Lo que me interesa es el Cervantes filósofo que inventó la ficción moderna, porque no ­intentó describir el mundo, sino explicar ­cómo lo percibimos las personas.

Casi siempre equivocándonos.

Eso es lo más fascinante: que podamos explicar la misma realidad con mil equivocaciones distintas.

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