miércoles, 21 de junio de 2017

19 junio 2017 (2) La Razón (opinión)

19 junio 2017 




«Yo no perdono, aunque ETA tampoco ha pedido perdón»
Treinta años después del atentado, aún se pregunta cada día qué pudo hacer para salvarla

«Si me hubiera quedado con ella después de ayudarla a guardar la compra en el coche. Si hubiéramos ido a comprar el jueves como teníamos previsto. Si nos hubiéramos entretenido en el supermercado. Si la Policía hubiera evacuado el centro comercial después de haber recibido el aviso de que ETA había puesto una bomba. Si hubieran encontrado el artefacto a tiempo. Si Barcelona no hubiera sido designada ciudad olímpica. Si...». Treinta años después, Rafael Güell sigue pensando cómo podría haber evitado que su mujer, Milagros Amez Franco, perdiera la vida en el atentado de Hipercor.
Pasan los años y este hombre afable, tranquilo, abuelo de cuatro nietos sigue haciéndose la misma pregunta: ¿por qué? En el juicio, los etarras respondieron que pusieron la bomba «porque les dio la gana», mientras «nos miraban con actitud burlona y desafiante». Pero eso no es una respuesta. «¿Cómo voy a perdonarles? Una cosa así ni se perdona ni se olvida», dice.
Poco antes del 25º aniversario de la masacre, meses antes de que ETA anunciara el cese definitivo de la lucha armada, el Gobierno vasco le propuso participar en un programa de mediación entre víctimas y presos. Junto a sus hijos, tomó la decisión de no ir, pero respeta que Robert Manrique, ex presidente de la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas (ACVOT), a quien tiene mucho cariño, se viera con Rafael Caride, uno de los autores del atentado. Caride reconoció «el dolor y el sufrimiento causado», pero se negó a pedir perdón, así que «¿qué iba a perdonar?».

La suya vuelve a ser una historia de buena y mala suerte. Rafael trabajaba con su cuñado en uno de los edificios que hay sobre el centro comercial. Al día siguiente tenían la comunión de una sobrina y había quedado con su mujer para comprar. Bajaron juntos al aparcamiento, le ayudó a cargar las bolsas en el coche y decidió subir un momento al despacho para hacer una llamada. Cuando estaba en el ascensor oyó la explosión. Trató de bajar corriendo al aparcamiento. El Ford Sierra rojo cargado con 200 kilos de amonal, gasolina, escamas de jabón y pegamento estaba en la primera planta. Pero se encontró un escenario dantesco, humo, caos, el agua de las alarmas de incendio chorreando ... «no veía nada». Salió a la calle aturdido, donde estuvo más de dos horas desorientado, preguntando por su mujer, con la esperanza puesta en que hubiera logrado salir antes de la explosión. Finalmente, alguien le dijo que se la habían llevado al Hospital de Sant Pau. Entonces, localizó a sus hijos, el niño tenía 13 años y la chica, 17. Y allí, en Sant Pau, sin soporte psicológico alguno, tuvo que reconocer el cadáver de su esposa. La explosión la pilló dentro del coche. «Ese día mis hijos crecieron de golpe», dice.
Sin ellos, la soledad que le ha acompañado desde entonces hubiera sido insoportable. Soledad porque ETA se llevó a la única persona que le podía consolar y porque la administración abandonó a las víctimas, que tuvieron que autoorganizarse para recibir ayuda y batallar por las indemnizaciones. A día de hoy, es uno de los familiares que no ha recibido la indemnización del Estado por la omisión policial que establece la sentencia porque su abogado presentó el recurso fuera de plazo.

El primer año tras el asesinato de su esposa, Rafael no trabajó. Su hijo, que en este aniversario por primera vez ha participado más activamente en entrevistas y actos, bajó el rendimiento escolar y fue su hija, que con sólo 17 años tiró de la familia. Hoy, «la niña está en León», de donde era su mujer y donde está enterrada, junto a su hermana, que murió de un cáncer tres meses después del atentado. «Ahora, la hubiera enterrado aquí, para ir a visitarla más a menudo en el cementerio», dice. No ha vuelto a entrar en el Hipercor.
Para las víctimas no hay efemérides, cada día recuerdan ese 19 de junio, un viernes último día de colegios antes de las vacaciones. Pero estos 30 años han tenido algo de diferente, por fin la ciudad víctima del atentado, Barcelona ha reconocido el dolor de las víctimas con un acto protagonizado por ellas. Lo que no cambia son las imágenes del atentado, que se repiten cada aniversario, el edificio con humo y el personal sanitario trasladando a las víctimas en literas. Rafael reconoce por la ropa a su mujer como una de ellas.
Volverse y compartir estos días experiencias tanto en persona como a través del grupo de whatsapp “el trastero azul” que Manrique ha creado para las víctimas, emociona.

Opinión:

Una nueva muestra de que para conocer la opinión de “LAS” víctimas hay que preguntarles a ellas, a nosotros. No vale que alguien hable en nuestro nombre si antes no es capaz de consultarnos a los interesados nuestras opiniones, nuestras propuestas, nuestras intenciones.
Una nueva prueba de la pluralidad y el cariño que existe entre la inmensa mayoría de víctimas del atentado en Hipercor y, por extensión, entre la inmensa mayoría de víctimas del terrorismo, auqellas que hemos sufrido realmente las consecuencias de un atentado terrorista, aquellas que no necesitamos inventarnos dolencias ni secuelas porque las llevamos dentro desde el mismo día en que una banda terrorista, la que sea, nos destrozó la vida.
Y aún y así, aprendemos a vivir cada día con ello.


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