viernes, 18 de agosto de 2017

08 agosto 2017 La Vanguardia

08 agosto 2017



Mi madre me decía que si tenía cultura ningún hombre me aceptaría”

Hawua Ibrahim, abogada nigeriana, ha trabajado con víctimas del terrorismo islámico



Tengo 49 años. Nací en un pueblecito en el norte de Nigeria y vivo viajando. Tengo dos hijos. Hay un orden global que rige el mundo, o participas de él o estás fuera, y cada vez hay más personas fuera. Nací musulmana, pero Dios está por encima de las religiones, de las que el hombre ha hecho mal uso

Nací y crecí en un pequeño pueblo en el nordeste de Nigeria en el que las niñas no van al colegio.
Usted lo consiguió...
Por accidente, y por accidente accedí a la universidad.
Llegar a ser abogada en Nigeria no es un accidente.
A los 10 años, como es costumbre en Nigeria, me prometieron en matrimonio, pero yo buscaba algo más en mi vida aunque no sabía qué, y a los 11 años, cuando debía trasladarme a casa de mi futuro esposo, hui.
Quería estudiar.
Sí, pero ocurrió que una niña que se fue a cursar secundaria (porque en mi pueblo no es posible) se quedó embarazada. Desde entonces se decidió que ninguna niña estudiaría.
Una medida extrema.
Yo vendía verduras desde los 4 años y ahorré dinero que escondí en un hoyo bajo un árbol; eso me permitió llegar a un pueblo grande donde poder estudiar, pero antes le rogué a mi madre que no me casara, y menos con un hombre que ya tenía tres mujeres. No me escuchó.
¿Cómo consiguió huir?
Viajé dos días en un camión de carga. Conseguí ingresar interna en un colegio. Me dieron el uniforme pero no tenía zapatos y me los hice con ruedas de neumático. Mi madre no quiso volver a verme hasta al cabo de cuatro años, cuando acabé la secundaria, y me puso la condición de que me casara.
¿Accedió?
Sí, pero no mantuve mi palabra. Mi madre decía que si tenía cultura ningún hombre me aceptaría. Mientras, mi hermana se casó y se fue a la ciudad y yo tras ella, cuidaba de la casa y de mis sobrinos. Allí descubrí la televisión.
¿Fue importante para usted?
Vi una entrevista con la primera mujer miembro del Estado, senadora de Cultura, a la que le preguntaban cuál quería que fuera su legado. “Que las niñas vayan al colegio”, contestó. Pensé que me estaba hablándome a mí, y me fui a verla a su despacho.
La inocencia es atrevida.
El jefe de seguridad no me permitió pasar, pero yo volví 30 veces hasta que claudicó con la condición de que no volviera nunca más. Como la senadora era una mujer muy importante llevaba un turbante enorme, era todo cabeza, parecía una reina, así que me arrodillé ante ella.
¿Y qué hizo la senadora?
“Ven, siéntate a mi lado”, me dijo en inglés. Yo no sabía inglés pero le dije que quería ir a la universidad mientras apuntaba en mi mano las palabras que no entendía para buscarlas en un diccionario. La senadora me dijo que no podía ir a la universidad si no sabía inglés.
¿Qué hizo usted?
Llorar. Entonces me dio una tarjeta para que hablara con un miembro de la comisión de ingreso de la universidad: “Tendrás que aprobar el examen de ingreso, que es en inglés”, me dijo.
¿Y consiguió aprender inglés?
Sí, aprendí sola, memorizaba libros de inglés de cualquier cosa, mis compañeros me llamaban Biblioteca porque me pasaba allí la vida.
¿Por qué escogió la abogacía?
Yo no sabía lo que era un abogado pero como la mayoría de compañeros se apuntaron, yo también. En 1991 me gradué e hice un posgrado en Lagos para ganarme el derecho a llevar la toga. Nadie vino a mi graduación, todavía me duele.
Entró en el Ministerio de Justicia y ejerció como fiscal durante ocho años.
Sí, estaba en la cúspide de la profesión pero me aburrí. Necesitaba nuevos desafíos y creé mi propio despacho de abogados.
Y mientras, ¿qué fue de su vida privada?
Me casé con un blanco, un italiano, lo que le causó mucho dolor a mi madre. Nadie de mi familia vino a la boda.
¿Qué tal su bufete?
Durante dos años no tuve ningún cliente porque era una mujer, pero la ONU me contrató como consultora en temas de mujeres y niñas. En 1999 se introdujo en los estados del norte la charia, ley islámica, y comencé a defender a mujeres y a niñas condenadas a la lapidación, ningún otro abogado quería esos casos.
Como mujer no tenía voz en el tribunal. Durante cinco años tuve que escribir notas y pasárselas a los abogados, eso requiere mucho aguante y paciencia. Pese a ello, gané muchos casos.
Investigó los secuestros de 200 estudiantes perpetrados por Boko Haram.
En el 2014 me llamaron para reunirme con el presidente de Nigeria, pensaba que era una broma. En mi informe expliqué que las niñas no aparecían porque nadie quería encontrarlas.
¿...?
Se había destinado mucho dinero con ese fin que se quedaba por el camino. Muchos miembros del Gobierno y de la policía se estaban llenando los bolsillos. “Si quieren encontrarlas basta con hablar con la gente de la zona. ¡Nadie esconde 200 niñas!”, le expliqué al presidente.
¿La creyó?
Sí, recuperamos a 106 niñas. Creé la oenegé Madres Sin Fronteras para alejar a la juventud del extremismo violento convenciendo a las madres de que no entreguen a sus hijos a las madrasas y dándoles educación útil para que se ganen la vida.
¿Cuál ha sido su mayor aprendizaje?
No tengo un marco que me condicione en mi manera de pensar, he viajado y he escuchado.








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