lunes, 8 de enero de 2018

08 enero 2018 (3) El Correo (opinión)

08 enero 2018 



Gaizka Fernández Soldevilla, historiador.
Centro para la memoria de las Víctimas del Terrorismo.

Las derrotas de ETA
La neutralización operativa de la banda todavía no se ha extendido a la narrativa.
Se trata de un riesgo para la consolidación de una sociedad plenamente democrática y pluralista

La trayectoria de ETApm VII Asamblea terminó en septiembre de 1982, cuando sus dirigentes dieron una rueda de prensa a cara descubierta para anunciar su autodisolución. Por supuesto, no se trata del único final posible para una banda terrorista. Con el tiempo, la otra facción en la que se habían dividido los polimilis, ETApm VIII Asamblea, se integró en ETAm (la ETA actual) o emitió irregulares comunicados hasta que un día dejó de hacerlo. Nadie se dio cuenta. Es exactamente lo mismo que les ocurrió a los GRAPO y a otras organizaciones de ese estilo: se fueron deshaciendo como un azucarillo hasta que, sencillamente, desaparecieron.
Todo parece indicar que ese va ser el destino de lo (poco) que queda de ETA. Cualquier otra opción equivaldría a asumir públicamente su fracaso histórico, algo que el grupo y su entorno pretenden evitar a toda costa. A los etarras y sus antiguos simpatizantes les resulta difícil reconocer que, después de casi sesenta años de asesinatos, heridos, secuestros, atracos, extorsión y amenazas, no han conseguido ninguno de sus objetivos fundacionales. Ni siquiera han sido capaces de asegurar su propia supervivencia orgánica: como banda criminal en activo, ETA está acabada. Es un hecho. Ha sido aniquilada por medio de las herramientas legislativas, judiciales y policiales del Estado de Derecho. Baste como muestra un botón. Como revela un reciente informe de Florencio Domínguez, desde 1968 a 2016 las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado incautaron a ETA más de 4.000 armas de fuego, 41 toneladas de explosivo y 2.000 granadas, sin contar la munición u otro tipo de elementos. Ese es el auténtico desarme. Hay que agradecérselo a, entre otros, legisladores, jueces, fiscales, guardias civiles, policías nacionales, ertzainas, policías franceses y escoltas privados.
ETA se está yendo por el sumidero de la historia. Excepto algún nostálgico, nadie la echará de menos. ¿Qué va a pasar con su legado envenenado? Una parte es irreparable: el dolor causado a las víctimas del terrorismo. Otra puede ser mitigada por las instituciones, si se deciden a resolver los casos sin resolver, encontrar los cuerpos de los desaparecidos, facilitar el regreso de quienes se exiliaron por la presión de ETA, acabar con la espiral de silencio, evitar los homenajes a los etarras excarcelados, limpiar las calles de carteles y pintadas, etc.
¿Y el relato? La neutralización operativa de ETA todavía no se ha extendido a la narrativa. Se trata de un riesgo para la consolidación de una sociedad plenamente democrática y pluralista. Fernando Aramburu suele señalar que es necesaria la derrota literaria de ETA, a la que tanto ha contribuido su magnífica novela ‘Patria’, que sigue la estela de obras como las de Raúl Guerra Garrido. Tiene toda la razón. También está pendiente la derrota de la banda a nivel dramatúrgico, cinematográfico, artístico o educativo, aunque resulta esperanzador comprobar que cada vez aparecen (o están siendo planificadas) más iniciativas que apuntan en esa dirección: obras de teatro, documentales, series televisivas, exposiciones como las que organizará la Diputación guipuzcoana este año, unidades didácticas o el insustituible testimonio de las víctimas en las aulas, por mencionar solo algunos.
También hay cabida para los buenos augurios en el ámbito académico, que a menudo pasa desapercibido por la ciudadanía. En 2018 se publicarán varias obras acerca de la historia de ETA y de sus víctimas, que se sumarán así a las novedosas ‘Creadores de sombras’, de Santiago de Pablo, ‘Promesas y mentiras’, de Luis M. Sordo o ‘Los resistentes’ de Sara Hidalgo. Por otro lado, se han puesto en marcha diferentes proyectos de investigación, como la cuantificación de los heridos por el terrorismo en España o el que llevan a cabo el Instituto Valentín de Foronda y el Centro Memorial, emulando al que, bajo la dirección de Javier Marrodán, dio lugar a ‘Relatos de plomo. Historia del terrorismo en Navarra’. De igual manera, jóvenes universitarios están realizando trabajos de fin de máster y tesis doctorales acerca de distintos aspectos del fenómeno. Si bien el propósito de los investigadores es, siguiendo una metodología científica, ofrecer un relato plausible, veraz y riguroso acerca de nuestro pasado, y no tanto conseguir la ‘derrota académica de ETA’, indirectamente hacen una valiosa aportación a la misma. A consecuencia del avance del conocimiento, los cimientos intelectuales del ultranacionalismo están siendo revisados de manera crítica: el mito de un milenario ‘conflicto’ entre vascos y españoles, el de la Guerra Civil como una invasión extranjera, el de la represión solo contra Euskadi, el del caso Batarrita, el de la inevitabilidad de la violencia, el de la ETA antifranquista, el de los inmigrantes como ‘colonos’ de Franco, el del «algo habrá hecho», el de los etarras como héroes románticos, el de la dictadura encubierta desde 1977, el del fomento de la drogadicción por parte del Estado, etc.
Todavía hay quien cree que la música, la literatura, el teatro, el cine, el arte, la pedagogía, el periodismo, la historia o las ciencias sociales no sirven de nada. Se equivoca. La cultura no solo nos proporciona un ocio saludable y nos enriquece, sino que es la mejor vacuna contra el fanatismo, la intolerancia y el terror. Invirtamos en ella.

Opinión:

Todo lo que sea denunciar el dolor causado por la banda terrorista ETA es bienvenido, pero siempre quedará la pregunta en el aire de por qué hay tanto interés en hablar sobre estos temas AHORA mientras no hace mucho la inmensa mayoría de los que ahora tanto hablan estaban desaparecidos…
¿miedo? ¿pánico? ¿comodidad? ¿conformismo? ¿pasividad?...
Por otra parte, es inaudito que algunos hablen de la memoria al referirse a las víctimas del terrorismo pero no sean capaces de consultar ni un solo dato a aquellas víctimas que en la década de los 80, 90 y principios de siglo estábamos trabajando desde el más absoluto desamparo. Esa sería una labor informativa encomiable pero que, como es lógico, dejaría sobre la mesa todo el abandono sufrido y que, al parecer, ahora es mejor que nadie conozca.

Hay tanto de que hablar…

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