sábado, 5 de mayo de 2018

05 mayo 2018 El Periódico de Catalunya (artículo)

05 mayo 2018



Las consecuencias del terrorismo perpetrado por diferentes bandas criminales son innumerables y la banda terrorista ETA ha sido quien ha liderado la relación de víctimas en los últimos 50 años. Personas de toda condición y profesión. Con o sin uniforme. Miles de familias con el futuro roto por culpa de los que decidieron imponer sus “ideas” a golpe de atentado, personas anónimas como las que decidieron ir a los almacenes Hipercor como clientes o como trabajadores. Personas que al tener noticias de un atentado se preocupaban de las consecuencias o las que pensaban que el Estado se encargaba de las víctimas. Yo estaba entre estos últimos.
El viernes 19 de junio de 1987 me di cuenta de mi ignorancia. Tras el macabro atentado en Hipercor tomé conciencia de lo que era, realmente, ser víctima de un atentado terrorista. Postrado en la UCI no podía ni imaginar lo que otros habían sufrido antes o a partir de ese momento y descubrí que quien debía ofrecer asistencia y ánimo solo ofrecía abandono y desamparo. La administración competente tampoco se preocupaba en ofrecer la mínima información a los afectados.
Mi esposa, tras ver 15 cadáveres la noche del viernes al sábado y pasarse dos días sin dormir en el pasillo del hospital, se fue a trabajar el lunes porque ninguno de aquellos señores tan elegantes e importantes que salían en la televisión se ofreció para colaborar. Ni una llamada telefónica. Todavía fue peor descubrir que habían cientos de personas en la misma situación o incluso peor... Los familiares de los asesinados recibieron un triste y sórdido telegrama y una carta modelo para solicitar la indemnización. En aquellas épocas no tan lejanas, si no se tenían contactos, ni siquiera se informaba a las víctimas de que se iba a realizar el juicio contra los autores de los atentados. Lo de las ayudas psicológicas o administrativas era una absoluta quimera.
Podría extenderme con numerosos ejemplos de que, 30 años después, muchos de aquellos errores se siguen cometiendo. La administración no corrige sus carencias, como puedo confirmar tras los atentados del pasado 17 de agosto.
Pero de algo estoy seguro: la infinita mayoría de víctimas a las que he tenido el gusto de conocer y ayudar desde 1987 estamos felices de que, por fin, la banda terrorista ETA haya abandonado definitivamente el terrorismo. Sabemos que pese a todo el inmenso dolor que han padecido los familiares de los asesinados o los heridos y sus familias, nadie mas pasará por la misma vivencia. Al menos por atentados de los asesinos etarras. Ahora que ETA echa el cerrojo a la persiana que ya bajó en octubre del 2011, solo queda esperar que la administración se centre en corregir sus numerosos errores solucionando todos los temas pendientes y ya puestos, que los recursos que hasta ahora estaban dirigidos a la lucha contra ETA se destinen a intentar aclarar los atentados pendientes y también a mejorar los recursos contra el terrorismo yihadista.
Para que nadie más sufra el mismo abandono y desamparo. 

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